Sé que a algunos os sorprenderá, pero aunque sea un amante de la tecnología, en el caso del deporte, y del running en particular, soy un corredor low-tech.
Para salir a correr necesito más bien poco: mis viejas zapatillas, un mp3 con radio (sobre todo para las salidas largas) y un reloj con cronómetro para saber cuándo es hora de ir volviendo a casa. Y ya.
No, no salgo a correr con el iPhone, ni llevo pulsómetro, ni GPS, ni podómetro, ni cámaras deportivas que graban mi punto de vista. No los necesito y creo que me molestaría más que otra cosa. No por lo que pese, sino por la sensación de que todo lo que hago se está registrando, la presión de no bajar el ritmo, de tener que mejorar la sesión anterior.
La mejor carrera que he hecho fue una en la que no miré el reloj en todo el camino. Reconozco que yo corro por sensaciones. También sé que así mejoro muy despacio, pero tampoco es algo que me preocupe. No me veo haciendo series: me aburren, o entrenando con intervalos. La verdad es que no entreno. Salgo a correr un rato, desconecto, me relajo, me dejo llevar... y luego vuelvo a casa para una ducha y un buen desayuno (sí, soy de los que madrugan y salen en ayunas a correr).
Por eso nunca dejaré de ser un encorredor, estoy condenado a ir detrás de alguien (de muchos), pero es como me gusta ir.
En la image, Antón Krupicka, corredor de ultra-trail
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